Breve historia sobre el FED y su Mandato (III)


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Breve historia sobre el FED y su Mandato (III)

Alberto Huidobro Ortega

Sobre cómo la política monetaria puede llegar a influir temporalmente en la economía real, pero no en variables reales como el empleo, el crecimiento del producto, el crecimiento del consumo ni la inversión en el mediano y largo plazos.

En 1946, terminada la Segunda Guerra Mundial y varios años después de la Gran Depresión, el Congreso de los Estados Unidos exigió al Gobierno Federal, mediante la Ley de Empleo, promover el máximo empleo, la máxima producción y el máximo poder de compra.[1] Para algunos, esta Ley puede considerarse como el primer antecedente para el Mandato Dual asignado actualmente a la Reserva Federal.[2]

En ese contexto, durante los años cincuenta tomó auge la idea de que existe una relación inversa entre el desempleo y la inflación, conocida como la Curva de Phillips (en honor al economista neozelandés Alban William Phillips), la cual sugiere que es probable que si el desempleo baja aumente el crecimiento de los salarios (inflación salarial).[3] De ser así, se podría aprovechar esa relación inversa entre inflación y desempleo para conducir una política macroeconómica que eleve una de esas variables a costa de la otra. Sin embargo, creer que la Curva de Phillips describe una relación estable es un supuesto peligroso según diversas voces, como las de los destacados economistas Edmund Phelps y Milton Friedman.[4]

En ese contexto, el desagrado por la inflación y el deseo por combatirla se hicieron patentes a partir de 1958,[5] y el FED creía firmemente que al combatir la inflación se estaba también alentando el crecimiento económico de mediano y largo plazos. La visión era que si los excesos de demanda agregada resultaban en inflación, la producción terminaría cayendo en el largo plazo, al estilo de lo que piensan actualmente muchos banqueros centrales.[6]

A partir de 1965 la inflación comenzó a ascender hasta alcanzar más de 14% en 1980, disminuyendo posteriormente a 3.5% a finales de los años ochenta. A este periodo se le conoce como La Gran Inflación. Se considera que los orígenes de La Gran Inflación se ubican en políticas que llevaron a un excesivo crecimiento en la oferta monetaria y éstas se encuentran ligadas, a su vez, a factores históricos que provenían desde los acuerdos de Bretton Woods.

En efecto, derivado del Sistema de Bretton Woods, el dólar de los Estados Unidos adoptó el papel de moneda de reserva mundial. Así, en la medida en que crecía el comercio internacional también aumentaba la demanda de los bancos centrales por reservas internacionales constituidas en dólares. Por algún tiempo, dicha demanda se satisfizo incrementando el déficit en la balanza de cuenta corriente de la balanza de pagos estadunidense, con lo que los bancos centrales extranjeros acumularon suficientes reservas en esa moneda. Eventualmente, el monto global de las reservas internacionales denominadas en dólares excedió el saldo del oro en poder del FED, lo que implicó que los Estados Unidos no podían garantizar la completa convertibilidad del dólar al tipo de cambio fijo, establecido con ese metal precioso.

Por otro lado, a finales de los años sesenta, el presidente Lyndon B. Johnson instituyó una amplia variedad de programas sociales y ordenó destinar importantes montos a la Guerra de Vietnam, lo que implicó mayor gasto público y crecientes desequilibrios fiscales, complicando todavía más el manejo de la política monetaria.

Dadas las complejas condiciones descritas, en el verano de 1971 el presidente Richard Nixon ordenó cancelar la cotización fija previamente establecida para la  convertibilidad del dólar por oro, lo que dio paso a un periodo de inestabilidad cambiaria en el mundo.

Otra circunstancia disruptiva fue el estallido de las llamadas Crisis del Petróleo, a partir de finales de 1973, con el embargo petrolero de los países árabes exportadores de crudo,[7] y que llevaron a que los precios del petróleo se cuadruplicaran entre ese año y 1979, lo que desató un agudo proceso inflacionario.[8]

Ante la inflación originada por las Crisis del Petróleo, la Reserva Federal decidió conducir su política monetaria de manera compatible con los mayores precios de los energéticos, lo que aceleró la oferta monetaria e incrementó el nivel general de precios sin reducir el desempleo.[9] La economía entró entonces en una situación de “estanflación” (estancamiento económico con inflación). Así, se evidenció que Phelps y Friedman estaban en lo correcto, o sea, la relación inversa entre inflación y desempleo resultó inestable o, si acaso, efímera.

La aceleración de la inflación llevó a que el gobierno del presidente Nixon introdujera controles de precios y salarios entre 1971 y 1974, lo que sólo consiguió generar desabasto, sobre todo en alimentos y energía, y solamente un temporal freno al incremento de los precios. Como resultado, durante los años de La Gran Inflación, la inversión privada se frenó, la productividad se estancó y la balanza comercial del país se deterioró; la inflación fue vista por amplios grupos de la sociedad ya sea como un factor, o como el principal factor, nocivo para la economía.[10]

Una enseñanza central derivada de La Gran Inflación consiste en que, si bien la política monetaria puede llegar a influir temporalmente en la economía real, no puede influir en variables reales como el empleo, el crecimiento del producto, el crecimiento del consumo ni la inversión en el mediano y largo plazos. Estas variables reales se determinan a través de la interacción de la oferta y demanda a lo largo de la economía y en mercados específicos; es decir, al final dependen de las decisiones de las personas, no de los funcionarios públicos o de los políticos.

En este contexto, conviene enfatizar que, aunque el FED y otros bancos centrales aún hacen referencias a la Curva de Phillips al conducir la política monetaria, en la práctica su narrativa no siempre se cumple, tal y como ocurrió durante el periodo de estanflación de los años setenta, y, en buena medida, tampoco se ha cumplido en los años más recientes, lo que ha dado lugar a posturas que señalan la “desaparición de la Curva de Phillips”.[11] De hecho, la evidencia acumulada indica que no existe un intercambio automático ni permanente entre inflación y desempleo y que es factible mantener una inflación baja y estable sin causar consecuencias adversas en el desempeño de la economía real durante el mediano y largo plazos.[12]

Continuará